El día de mi Graduación
El mes que viene termino mi maestría y la primera semana de junio me graduaré. Habrá una celebración; no sé cuántos seremos exactamente, pero seguramente muchos.
La mayoría de estudiantes que puede permitirse estudiar en una universidad como la de Chicago suele estar becada por los gobiernos de sus países —una beca que cubre no solo los estudios, sino también el costo de vida—. Otro grupo, un poco más pequeño, pero no menor, proviene de familias con muchos recursos, algo especialmente notorio entre los estudiantes asiáticos. Y luego estamos nosotros: quienes, por A o B, no podemos solicitar becas de nuestro país de origen ni del país donde vivimos. Nosotros, que costeamos nuestros estudios con préstamos, apoyo parcial de la universidad y nuestros propios ahorros.
Toda esa amalgama de estudiantes se graduará en junio. Muchos de ellos ya están buscando departamentos donde alojar a sus familias para la ceremonia.
Por dificultades económicas, mi madre no podrá venir. Me hubiera encantado que estuviera. Aunque me da miedo que viaje sola: que se pierda, o que algún oficial de migración la sorprenda con una pregunta inesperada y termine siendo regresada a Perú. La mejor solución sería viajar yo a Perú y regresar con ella, pero en este momento, es un costo que simplemente no puedo asumir.
Así que planeaba pasar mi graduación solo. No es algo nuevo para mí: he pasado solo muchas fechas importantes. Es parte de ser migrante y soltero, de no ser muy sociable, de tener pocos pero muy buenos amigos que hoy viven lejos, y de tener una familia sin muchos recursos. Me refiero a estar solo en ese sentido íntimo: no tener cerca a alguien especial —sea familia, pareja o amigos— que te vea graduarte. Aunque claro, pensaba celebrar en la fiesta de graduación con mis compañeros de maestría, a quienes aprecio.
Pero la vida tenía otros planes.
El 29 de marzo, en mi cumpleaños, mientras tomaba una cerveza con unos amigos de Chicago por mi día, me llamó uno de mis mejores amigos, el buen Carlos. Estaba en Nueva York, en un concierto de Rubén Blades. Me hizo escuchar parte del concierto y me dijo que vendría para mi graduación. A su lado estaba Luchito, otro gran amigo mío, quien también confirmó que vendría.
Yo, conociéndolos y sabiendo que estaban ebrios, solo les dije que los esperaba, pero en el fondo no creí que realmente fueran a venir. Uno promete mucho cuando está borracho.
Sin embargo, al día siguiente, ambos —por separado— me enviaron fotos de sus pasajes de avión para quedarse cuatro días en Chicago. Yo, sorprendido, les bromeé diciendo que los pasajes eran falsos. Ellos negaron esa calumnia, y yo, emocionado, les agradecí de corazón.
Esa misma tarde, Angello, otro buen amigo que vive en DC, me confirmó que también vendría, junto con su enamorada, y me envió su pasaje.
Y, unos días después, mi mejor amigo en Estados Unidos, el buen Chucho, me escribió diciéndome que se había enterado de la "pandilla de DC" que venía a mi graduación. Él, que vive en Florida, no quería quedarse atrás. Me dijo que ya planeaba venir de todas maneras, y se compró también su pasaje.
Así que, cuando pensaba que pasaría este momento solo, como tantas veces antes, la vida me dio esta sorpresa: algunas de las personas que más estimo en este país —mi pequeña familia elegida— vendrán a acompañarme en uno de los días más importantes de mi vida.
No puedo más que emocionarme y estar agradecido. Porque a veces, la vida no es tan jodida como parece.